Texto de la exposición
“Inútil es matar. La muerte prueba que la vida existe.”
Lindsay Kemp
Contó alguna vez Lindsay Kemp que, cuando tenía seis o siete años divertía a los vecinos subiéndose a la mesa de la cocina, completamente maquillado, a bailar en punta.
Al parecer, el juego de la danza y el maquillaje se sembró en él desde esa tierna edad y no lo abandonó nunca más. Así nació el personaje “Lindsay Kemp” que surge “como Sherezade, de la necesidad de contar historias –dijo en una entrevista-. Imagínate, para un niño que ha nacido y pasado su juventud en una ciudad como Liverpool, las historias eran la única forma de sobrevivir y de protegerme a mí mismo. Sin el humor tampoco habría podido sobrevivir”.
El inquieto, juguetón, imaginativo y creativo niño de Liverpool creció, se hizo bailarín, mimo, coreógrafo, director, actor, pintor… nunca dejó de jugar, de experimentar, de buscar una manera propia de expresarse, de conseguir ese lenguaje con el cual hacerse entender más allá de las palabras, que siempre le parecieron escurridizas.
Así lo descubrió Luis Brito el fotógrafo, a quien también las palabras parecen huirle, se le deshacen en el camino, pero que con su cámara, logra construir un lenguaje capaz de comunicar, a través de impactantes y dramáticas imágenes, todo el mundo interior de las personas a quienes apunta con su lente y a la vez transmite el suyo.
Las fotografías que Luis le hiciera a Lindsay Kemp en Roma, en 1980, en los camerinos del teatro, captan toda la fuerza expresiva del artista inglés, con su mirada retadora y a la vez seductora.
Las imágenes hablan de un hombre que se transforma, más allá del travestismo o del espectáculo Drag Queen, en un artista que explora, que escudriña en la feminidad. No se ve el hombre que quiere ser mujer, que simula ser mujer; se observa a un artista que quiere sumergirse en el mundo femenino.
Las fotografías hablan de ese niño de Liverpool que se maquillaba y bailaba para los vecinos, convertido en un artista que, en el fondo, sigue haciendo lo mismo, pero desde la perspectiva de la creación artística y el estudio de la interioridad del ser humano.
De allí el drama y la belleza de las imágenes de Luis Brito. Con esos contrastes y claroscuros que dan fe tanto de la esencia de Kemp como de la del mismo Brito. Es que, al final, con diferentes lenguajes y maneras de expresarse, ambos artistas –Kemp con su cuerpo y Brito con su cámara–, parecen perseguir los mismos objetivos y estar obsesionados por los mismos motivos: la búsqueda de la belleza, la muerte y la locura… la esencia de la vida. Tal vez por eso las fotografías impactan tanto a quien las observa, porque es evidente que entre el objeto retratado y el fotógrafo hay lazos intangibles pero perfectamente perceptibles.
La presencia de los espejos en varias de las fotografías contribuye a dar la sensación de drama e irrealidad a la imagen. El espejo parece mostrar la realidad que se esconde detrás del fuerte maquillaje de trazos gruesos y colores intensos, la realidad que minutos más tarde se presentará en el escenario. O tal vez, en esos espejos quedará escondida la realidad que ya no será cuando el artista esté en escena.
Son fotografías que hacen que a veces con drama y otras con humor, el espectador se remonte al teatro griego, al antiguo teatro japonés, a esas representaciones antiguas cuando los hombres interpretaban personajes femeninos. No imitaban a las mujeres, las interpretaban.
Cuando se miran estas fotografías hay que detenerse en la textura de las pieles, en la fuerza del maquillaje, en la intimidad del ambiente, en la fuerza y profundidad de las miradas, en el movimiento de los personajes, en la intensidad del gesto. Es allí, donde está la esencia tanto de Lindsay Kemp como del propio Luis Brito.
Goalcar Rojas
Periodista.